En los albores de la Reforma protestante, en el siglo XVI, los dirigentes de la Iglesia Latina agobiaron a los fieles con una plétora de días festivos, días de santos y otros días santos en los que se exigía dejar de trabajar, hacer penitencia y asistir a misa para tener alguna esperanza de salvación. A medida que pasaban los años, el número de estos días se incrementaba.[1]
Fue de este contexto que surgió la Reforma. Junto a la doctrina de la justificación sólo por la fe (por ejemplo, Catecismo de Heidelberg, P/R 59-64), los reformadores proclamaron que la vida de santificación del cristiano era una vida de gratitud, no de culpa (por ejemplo, Catecismo de Heidelberg, P/R 86-129). Las iglesias no luteranas de la Reforma respondieron al sistema medieval de culto de dos maneras. En primer lugar, restablecieron el Día del Señor como el día festivo principal y punto central de la adoración (o culto) y la vida comunitaria de la Iglesia (por ejemplo, Catecismo de Heidelberg, P/R 103; Confesión de Fe de Westminster, 21.7-8). El Catecismo de Heidelberg lo hace utilizando la palabra alemana feiertag para describir el día de adoración, la cual se utilizaba para designar los días festivos y los días santos en la Alemania medieval. También fue la palabra que Martín Lutero (1483-1546) utilizó en su Catecismo Mayor para explicar el tercer mandamiento (según la enumeración luterana):
Nuestra palabra «día santo» o «día festivo» [Feiertag] se llama así por la palabra hebrea «Sabbat», que significa propiamente descansar, es decir, dejar de trabajar; de ahí que nuestra expresión común para «dejar de trabajar» [Feierabend machen] signifique literalmente «tomarse un día festivo» [heiligen Abend geben].[2]
La segunda respuesta fue y sigue siendo más controvertida dentro de la familia del protestantismo reformado. Aunque eliminaron todos los días «sagrados» aparte del Día del Señor, la mayoría de las iglesias reformadas, a diferencia del posterior «puritanismo» inglés y del presbiterianismo escocés, conservaron lo que llamaron los «días festivos evangélicos».[3] En lugar de ver estos días como una parte de obtener la salvación del cristiano, los consideraban celebraciones de la salvación que Cristo ya había logrado para ellos en su Encarnación (Navidad), muerte (Viernes Santo), resurrección (Pascua), ascensión al Padre (Ascensión) y derramamiento de su Espíritu (Pentecostés). Se consideraban momentos inestimables para celebrar la buena nueva de Jesucristo.[4]
El propósito de este artículo es argumentar a favor de aquellas iglesias que buscan ser históricamente informadas, así como confesionalmente reformadas, por qué pueden celebrar libremente estos días como días en los que recuerdan y reciben los beneficios de Jesucristo.[5] Por lo tanto, este artículo será una declaración afirmativa de esta doctrina y práctica. Responderé a una objeción principal inter nos, es decir, entre nosotros como creyentes reformados.
La mayoría de las veces, la acusación de que observar cualquier día que no sea el Día del Señor es una violación del principio regulativo reformado del culto es afirmada por aquellos dentro de la familia reformada que son adversos a esta práctica.[6] Este principio proviene del segundo mandamiento (Éx 20:4-6), que enseña «Que de ninguna manera hagamos alguna imagen de Dios, ni lo adoremos de ninguna otra forma que la que Él nos ha mandado en su Palabra» (Catecismo de Heidelberg, P/R 96; cf. Catecismo Mayor de Westminster, P/R 108-109). Un ejemplo de la acusación antes mencionada es el estimado historiador presbiteriano ortodoxo D. G. Hart. Él expone el argumento principal en estos términos: «Desde su mismo comienzo, la tradición reformada, debido a su aplicación del principio regulativo de la adoración, se opuso a la celebración de cualquier día que no fuera el Sabbat como asamblea obligatoria para los miembros de la iglesia».[7] A continuación, expone algunas críticas concretas, diciendo: «La tradición reformada se aparta de forma más evidente de otras tradiciones de la alta iglesia en lo que respecta a la cuestión de un calendario eclesiástico».[8] Según Hart, esto es más obvio «porque si los presbiterianos de hoy que se aferran a sus desfiles navideños y veneran sus servicios del Viernes Santo tuvieran que enfrentarse alguna vez a los orígenes de la alta iglesia de sus días sagrados favoritos, podrían cambiar de opinión, y rápidamente».[9] Aquí Hart comete cuatro errores, en mi opinión.
En primer lugar, comete un error de categoría. La Confesión de Fe de Westminster distingue los elementos (21.3-5) de las circunstancias (1.6), es decir, aquellas cosas que son de la esencia del culto sin las cuales no hay culto y aquellas cosas que son circunstanciales, es decir, asuntos inevitables e indiferentes que no son sustanciales. Por ejemplo, sin la Palabra leída y predicada y sin la oración no hay culto. Estos son elementos. El hecho de que estos elementos se produzcan un domingo o un viernes santo no añade ni quita nada a los elementos.
En segundo lugar, al invocar la imagen de los «desfiles navideños», no sólo establece un falso dilema entre este tipo particular de práctica del calendario o ninguna práctica en absoluto, sino que también atribuye falsamente el ejemplo más extremo a todos los que celebran un día del calendario eclesiástico. El hecho de que algunas tradiciones eclesiásticas tengan «desfiles navideños» y que algunos presbiterianos hayan seguido su ejemplo no niega lo que fue la práctica histórica de las iglesias reformadas, como se mostrará a continuación.
En tercer lugar, Hart comete una falacia genética al argumentar contra la Navidad y el Viernes Santo basándose en sus «orígenes de la alta iglesia». «Alta iglesia» es técnicamente un tipo particular de celebración litúrgica dentro de la Iglesia de Inglaterra en el siglo XIX conocida como el Movimiento de Oxford o Tractariano. El calendario eclesiástico es anterior a esta época y fue utilizado por lo que podríamos llamar anacrónicamente iglesias reformadas de la «baja iglesia». En otras palabras, por deplorables que puedan ser algunas tradiciones, esas tradiciones no son las verdaderas raíces de la práctica reformada.
En cuarto lugar, Hart argumenta en contra del calendario eclesiástico utilizando una táctica de distracción conocida como argumento Red Herring al hablar de quienes «veneran» estos días «santos». Un creyente reformado en particular puede (erróneamente, en mi opinión) venerar un día determinado e incluso considerarlo santo, pero la cuestión es si la doctrina y la práctica reformadas históricas hablaban así. Desafortunadamente para el argumento de Hart, y para aquellos que seguirían este camino de objeción, la doctrina y la práctica de gran parte de la tradición reformada era exactamente lo contrario.
- La historia de la práctica reformada
Permítanme primero exponer algo de la historia de la práctica reformada. Por «reformada» no me refiero de manera simplista a «lo que dijo Juan Calvino (1509-1564)». La tradición reformada es más amplia y profunda que Calvino.[10]
1.1. El Palatinado
El Palatinado, la región del Sacro Imperio Romano Germánico en la que se publicó el Catecismo de Heidelberg en 1563, celebraba la Pascua, la Ascensión, Pentecostés, la Navidad y el Año Nuevo.[11] En el primer himnario publicado para el culto del Palatinado en 1565, había cuarenta y cuatro salmos, cincuenta y cinco cánticos y once himnos. Más tarde, en la segunda edición de 1573, se incluyeron los ciento cincuenta salmos, la sección de cánticos se amplió para incluir el Nunc Dimittis y el Te Deum, mientras que la sección de himnos se dividió en los himnos catequéticos de Lutero, himnos para el calendario eclesiástico de Adviento a Pentecostés, y luego algunos himnos temáticos.[12] La liturgia del Palatinado contenida en el Libro de Orden (Kirchenordnungen) comenzaba con la siguiente rúbrica:
Antes del Sermón, especialmente en la mañana del domingo y de los días santos, así como en los días de ayuno, se dirigirá al pueblo la siguiente oración, en la que se recuerda explícitamente a la Congregación cristiana la miseria del hombre y se implora la gracia salvadora de Dios, para que los corazones se vuelvan humildes y más deseosos de recibir la Palabra de gracia (énfasis añadido).[13]
El epígrafe titulado «Orden de los días santos» (énfasis añadido) establecía:
Orden de los días santos: Los días santos se guardarán de la misma manera que el domingo. Se observarán los siguientes días santos: todos los domingos, Navidad y el día siguiente, Año Nuevo, Pascua y el día siguiente. Ascensión, Pentecostés y lunes siguiente.
En Navidad y el día siguiente, la base de nuestra salvación, es decir, las dos naturalezas en Cristo con el beneficio que obtenemos de ellas, se expondrán en las narraciones del nacimiento de Cristo, tal como se trata al final de la Parte I y al principio de la Parte II del Catecismo.
También se permite a los ministros de las ciudades comenzar a explicar las narraciones de la Pasión el domingo de Invocavit (Invocación) y continuar hasta la Pascua, según la conveniencia de cada iglesia particular.
En Pascua y el lunes siguiente, se predicarán los relatos de la resurrección de Cristo, para que la comunidad cristiana pueda recibir una buena instrucción básica de la sagrada y divina Escritura sobre los dos artículos principales de nuestra fe cristiana, a saber, que Cristo resucitó de entre los muertos al tercer día, y que nosotros también resucitaremos de entre los muertos.
La festividad de la ascensión de Cristo también tiene sus narraciones, tal como están escritas en los Hechos de los Apóstoles, capítulo 1, y en otros lugares. Sobre ellos, podemos enseñar y predicar acerca de aquellos artículos de nuestra fe en los que profesamos que Cristo ha ascendido al cielo, está sentado a la diestra de Dios, y desde allí vendrá a juzgar a los vivos y a los muertos.
En Pentecostés y el lunes siguiente, el segundo capítulo de los Hechos de los Apóstoles será la base de la predicación (énfasis añadido).[14]
El Kirchenordnungen especificaba los textos que debían predicarse en Navidad, Pascua, Ascensión y Pentecostés, al tiempo que daban libertad a las iglesias para celebrar el «Viernes Santo» en el domingo de Invocavit.[15] También hay oraciones para Navidad, Año Nuevo, Viernes Santo, Pascua, Ascensión y Pentecostés.[16]
1.2. Estrasburgo
En la ciudad de Estrasburgo, el estudioso del Antiguo Testamento Wolfgang Capito (1478-1541) y el reformador litúrgico Martín Bucero (1491-1551) estudiaron la cuestión del calendario eclesiástico. Tras rechazar originalmente en el Grund und ursach cualquier día que no fuera el del Señor, llegaron a la postura de celebrar los días festivos evangélicos.[17] El Salterio de Estrasburgo de 1537 empezó a incluir himnos festivos, especialmente los de la Iglesia de Constanza. Esto indicaría, por supuesto, la observancia de estas festividades. Además, en 1548, Martín Bucero, en nombre de los ministros de Estrasburgo, escribió un «Breve resumen de la doctrina cristiana» en respuesta a un tratado anabaptista anónimo contra ellos. Uno de los puntos que trató Bucero fue el de las «festividades cristianas», sin duda porque estos anabaptistas rechazaban el Día del Señor, así como otras celebraciones. Después de una breve exposición del Día del Señor, la «festividad general del Señor», Bucero continuó diciendo:
Del mismo modo deben observarse las demás festividades y estaciones prescritas, con el fin de acrecentar la piedad meditando en las grandes obras del Señor realizadas para nuestra redención y salvación eterna, y para dar gracias a Dios por ellas. Tales fiestas son las de la Encarnación y Natividad de Cristo, de su Ascensión, etc. (énfasis añadido).[18]
Obsérvese el doble propósito de estas festividades: acrecentar la piedad mediante la meditación de la obra de Cristo y dar gracias por esta obra.
¿En qué se basaba la Iglesia para celebrar estas festividades? Bucero abordó este tema en varios de sus escritos, sobre todo en sus Conferencias sobre Efesios, publicadas en 1562. Al final de sus conferencias sobre el capítulo 1, discutió la unidad de la Iglesia y habló de cosas necesarias para la unidad y cosas indiferentes (adiaphora), diciendo: «Pero la unidad no es necesaria en nada que no esté establecido en la Palabra: aquí se obtiene un grado de libertad. Así, en materia de ritos hechos por el hombre, se pueden hacer diferentes arreglos en diferentes lugares, cuanto más convenga a la edificación».[19] Estos ritos u observancias en la Iglesia se dividían en tres clases, en las que podemos ver la distinción posterior entre elementos y circunstancias:
Observancias… sobre las que la Escritura contiene instrucciones explícitas.
Observancias… que no están prescritas explícitamente por la Escritura, pero que sin embargo… se puede demostrar que están de acuerdo con la Escritura [aquí Bucero da los ejemplos del bautismo infantil, la santificación del Día del Señor, y la admisión de las mujeres a la Cena del Señor].
Observancias… instituidas por hombres venerados en la Iglesia, como las formas de oración, los tiempos de ayuno, las disposiciones del leccionario, los detalles de lugar, etc. Con tal de que no militen contra la voluntad divina, sino que tengan por objeto promoverla, y tengan también en cuenta la completa pureza doctrinal.[20]
La base sobre la que podían celebrarse los días festivos evangélicos, según Bucero, era esta tercera categoría de observancias. La adoración pública a Dios en recuerdo de la ascensión de Cristo, por ejemplo, no era contrario a la voluntad de Dios, puesto que era para promover la gloria de Dios en el culto e instruir a la iglesia en las verdades de la Palabra de Dios. Esto también se ve en su anterior tratado de 1549, El restablecimiento de la ordenación legal de los ministros de la Iglesia. Bucero enumeró los puntos en los que un candidato al ministerio debía ser examinado, incluyendo los siguientes:
- Si cree que incurrimos en el severo desagrado de Dios cuando no dedicamos el Día del Señor y otros días especialmente consagrados a ejercicios piadosos, abandonando no sólo los trabajos físicos útiles, sino mucho más todas las obras inútiles y perjudiciales de la carne… Porque cualquiera que sea la recreación lícita que se conceda al pueblo, nunca puede permitirse con razón en los días especialmente señalados para el culto divino.[21]
1.3. La Reforma holandesa
Antes de que el gran Sínodo de Dort (1618-19) adoptara lo que se convirtió en el Libro de Orden (Orden Eclesiástico) de todas las iglesias reformadas de herencia holandesa, el anterior Sínodo de Dort (1574) solamente hablaba de la observancia del Día del Señor. Sin embargo, decidió que en el domingo anterior a Navidad los ministros debían predicar sobre el nacimiento de Cristo y que en los domingos de Pascua y Pentecostés también debían predicarse la resurrección y el derramamiento del Espíritu Santo.[22] Posteriormente, en el siguiente Sínodo de Dort (1578), se decidió tener sermones en Navidad, Pascua y Pentecostés, y los días siguientes, así como la Ascensión y el Año Nuevo, porque eran fiestas nacionales en las que se sabía que proliferaba el libertinaje. Las iglesias, por tanto, aprovechaban estas oportunidades para reunir al pueblo de Dios en santos ejercicios de piedad, en lugar de fiestas y vidas profanas.[23]
Y así el Sínodo de Dort, ante la insistencia de los comisionados de los Estados de Holanda,[24] dijo lo siguiente respecto a los días festivos en su Libro de Orden, artículo 67:
Las Iglesias observarán, además del domingo, también la Navidad, la Pascua y Pentecostés, con el día siguiente, y considerando que en la mayor parte de las ciudades y provincias de los Países Bajos se observan también el día de la Circuncisión y el de la Ascensión de Cristo, los ministros de todos los lugares en que esto no se haga todavía harán gestiones ante el Gobierno para que se conformen con los demás.[25]
Este artículo original fue ampliado por la Iglesia Cristiana Reformada en su Libro de Orden de 1934, que decía:
Las iglesias observarán, además del domingo, también la Navidad, el Viernes Santo, la Pascua, el Día de la Ascensión, Pentecostés, el Día de la Oración, el Día Nacional de Acción de Gracias y el Día de Año Viejo y Año Nuevo.[26]
Posteriormente, la Iglesia Cristiana Reformada revisó ampliamente su Libro de Orden en 1965. El Artículo 51.b de ese Libro de Orden dice:
Se celebrarán cultos en observancia de la Navidad, el Viernes Santo, la Pascua, el Día de la Ascensión y Pentecostés, y ordinariamente en los días de Año Viejo y Año Nuevo, y los días anuales de oración y acción de gracias.[27]
- Los principios que subyacen a la práctica reformada
¿Cuál es la razón de esta práctica en gran parte de la tradición reformada? Las iglesias reformadas deben celebrar el Día del Señor y pueden celebrar la obra de Cristo en otros días particulares del año. Los principios son la libertad cristiana (Ga 5:1) y la edificación cristiana (Ro 14:1-12).[28] Martín Bucero resumió estos dos principios en su revisión del Libro de Oración Común de 1549: «Puesto que estamos libres de la observación de días y estaciones, no deberían instituirse más festividades de las que podemos esperar que sean verdaderamente santificadas para el Señor».[29]
La Segunda Confesión Helvética es un ejemplo histórico de cómo se pueden observar los días festivos evangélicos y, al mismo tiempo, mantener una visión reformada del culto. Escrita en 1561 por Heinrich Bullinger (1504-1575), esta confesión fue «la más ampliamente recibida de las confesiones reformadas del siglo XVI».[30] En ella leemos una declaración clásica de la suficiencia de las Escrituras para todas las cosas, incluyendo el culto:
Y en esta Sagrada Escritura, la Iglesia universal de Cristo tiene todas las cosas plenamente expuestas, que pertenecen tanto a una fe salvadora, como también a la estructura de una vida aceptable a Dios: en este sentido está expresamente ordenado por Dios que nada sea puesto o quitado de la misma (Dt 4:2; Ap 22:18-19).[31]
Luego, en esta misma confesión leemos que la celebración de los días festivos evangélicos pertenecía «a la libertad cristiana» y que «muy bien la aprobamos».[32] Nótese la fina distinción implícita entre la obligación de Roma y la libertad del Evangelio. En lugar de considerar estos días como parte de la contribución continua de los cristianos a la salvación, estos días estaban dentro de la libertad evangélica de las iglesias para conmemorar la salvación que Cristo ya había logrado para su pueblo.
Otro ejemplo de cómo los días festivos evangélicos son un aspecto de la libertad y la edificación cristianas es el de Francis Turretin (1623-1687).[33] Si la iglesia celebra o no los puntos culminantes de la obra de Cristo en nuestro favor, «los ortodoxos piensan que esto debe dejarse a la libertad de la iglesia». La razón es que su celebración «no se debe a la necesidad de la fe, sino al consejo de la prudencia para excitar más a la piedad y a la devoción».[34] Y su observancia no se debe a ninguna santidad intrínseca del día, sino al «derecho positivo y a la designación eclesiástica; sin embargo, no es necesaria por precepto divino». [35] Turretin demostró que estos días eran celebrados de esta manera por los reformados en unidad con la iglesia antigua, citando al historiador antiguo Sócrates Escolástico (380-439), quien, al detallar el debate entre Oriente y Occidente sobre la celebración de la Pascua, dijo:
Ni los apóstoles ni el Evangelio mismo impusieron el yugo de la esclavitud a quienes se sometían a la doctrina de Cristo, sino que dejaron que la festividad de Pascua y otras se celebraran según el libre e imparcial juicio de quienes habían recibido bendiciones en tales días.[36]
Esto se ilustra también, según Turretin, con los ejemplos de las celebraciones judías de Purim, instituida en tiempos de Ester (Est 9:22), y la Fiesta de la Dedicación («Hanukah»), instituida en 164 a.C. por Judas Macabeo. De hecho, nuestro Señor Jesucristo, que reprendió a los judíos por sus tradiciones artificiales añadidas a la ley (p. ej., Mt 15:3; Mc 7:9), participó sin condenación en estas fiestas añadidas (Jn 5; Jn 10:22).[37]
Según Turretin, estas celebraciones no prueban «que esta costumbre deba prevalecer en la iglesia cristiana», sino que «únicamente muestra que en ciertos días (que se repiten anualmente) puede haber una conmemoración pública de los singulares beneficios de Dios, siempre que estén ausentes los abusos, la idea de necesidad, el misterio y el culto, la superstición y la idolatría».[38] Y así, como concluyó Turretin: «Si algunas iglesias reformadas todavía observan algunas festividades… difieren ampliamente de los papistas», por cuatro razones:
- Estos días están dedicados sólo a Dios, y no a las criaturas;
- No se les atribuye ninguna santidad, poder o eficacia por encima de otros días;
- Los creyentes no están obligados a una escrupulosa y estricta abstinencia en estos días del trabajo servil;
- La iglesia no está obligada por necesidad a observar estos días inmutablemente.[39]
Por lo tanto, los reformados históricamente no han visto estos días como santos, sino como útiles.[40]
Un ejemplo final de la afirmación del principio regulativo en los elementos del culto, así como de la libertad cristiana y la edificación en las circunstancias, es la Confesión Belga (1561). En el artículo 7 leemos sobre la suficiencia de las Escrituras:
Creemos que esas Santas Escrituras contienen completamente la voluntad de Dios y que todo lo que el hombre deba creer para su salvación se enseña suficientemente en ellas. Debido a que toda la manera de adoración que Dios requiere de nosotros está escrita en ellas extensamente, es ilegítimo para cualquier persona, aunque sea un apóstol, enseñar de otra manera que como ahora se nos enseña en las Sagradas Escrituras.[41]
De hecho, el resumen de lo que hace que una iglesia sea verdadera es este: «en breve, si todas las cosas se conducen de acuerdo con la Palabra pura de Dios, si se rechazan todas las cosas contrarias» (Confesión Belga artículo 29).[42] Pero luego leemos en el artículo 32:
Mientras tanto, creemos que, aunque es útil y beneficioso que los gobernantes de la iglesia instituyan y establezcan ciertas ordenanzas para el mantenimiento del cuerpo de la iglesia, no obstante, deben diligentemente asegurarse de que no se aparten de las cosas que Cristo, nuestro único Maestro, ha instituido. Y, por tanto, rechazamos todas las invenciones humanas y todas las leyes que el hombre quisiera introducir en la adoración de Dios, por las cuales obligue y fuerce la conciencia de cualquier manera posible. Por tanto, admitimos sólo lo que tiende a nutrir y preservar la concordia y unidad, y lo que mantiene a todos los hombres en obediencia a Dios. Para este propósito, se requiere la excomunión o disciplina de la iglesia, con todo lo que involucra, de acuerdo con la Palabra de Dios.[43]
El artículo 32 establece un equilibrio entre autoridad y responsabilidad: los que gobiernan la iglesia (pastores y ancianos) tienen autoridad para ordenar ciertas ordenanzas para el cuerpo externo de la iglesia, al tiempo que son responsables ante la Palabra al hacerlo. Así que la iglesia tiene libertad cristiana. Y esa libertad es con el propósito de edificación al establecer un orden eclesiástico que sea «útil y beneficioso» para mantener «el cuerpo de la iglesia». Al usar la metáfora de un cuerpo, la Confesión se basa en la imagen de la Escritura de que la iglesia de Jesucristo está formada por personas reales que se unen como una sola (por ejemplo, Rm 12:3-21; 1 Co 12:12-31). Todos los que invocan el nombre del Señor deben reunirse bajo alguna estructura y forma para que todos sean edificados. El orden de la iglesia surge directamente del principio bíblico de que todas las cosas deben hacerse decentemente y con orden (1 Co 14:40). La iglesia está limitada en su autoridad por la Palabra. Los gobernantes de la iglesia deben ser diligentes en no apartarse de lo que Cristo ha instituido. La iglesia de Colosas se vio acosada por quienes iban más allá de la Palabra al establecer «preceptos y enseñanzas humanas» (Col 2:22) que ataban las conciencias de los fieles. Al hacerlo, crearon una «religión hecha por ellos mismos» o, como la llamaron nuestros antepasados reformados, «culto voluntario» (Col 2:23), es decir, un culto que se origina en la voluntad del hombre y no en la voluntad de Dios.[44]
Aunque las Escrituras no lo dicen todo, lo que dicen es suficiente. Cuando desarrollamos un artículo de orden eclesiástico, consideramos las enseñanzas directas de la Escritura, o consideramos los principios que pueden deducirse por «buena y necesaria consecuencia» (Confesión de Westminster, 1.6) de los principios generales. Estas normas y reglamentos deducidos no deben contradecir las Escrituras. Para utilizar el lenguaje paulino, debemos ser «diligentes» para no «pensar más de lo que está escrito» (1 Co 4:6).
Lo que quiere decir el artículo 32 es que los asuntos del «cuerpo de la Iglesia», es decir, su orden y estructura, son solamente eso, asuntos de orden, no de fe. La Confesión habla de estas «ordenanzas» como «útiles y beneficiosas». Aquí se invoca la distinción entre las cosas de la esencia de la iglesia (esse) y el bienestar de la iglesia (bene esse). Esto es conocido por muchos en los círculos reformados como la distinción entre las cosas que las iglesias en común están obligadas a hacer y las cosas que las iglesias pueden hacer.
Debido a que los asuntos de orden eclesiástico son del bienestar de la iglesia, simplemente para «mantener el cuerpo de la Iglesia», estas ordenanzas nunca deben «apartarse de las cosas que Cristo, nuestro único Maestro, ha instituido», ya sea añadiendo o quitando de la Palabra.
Al rechazar «las invenciones humanas… [en] la adoración a Dios», confesamos lo que se ha dado en llamar el principio regulativo de la adoración. Nuestra Confesión enseña este principio por vía de negación. Cuando confesamos que rechazamos las leyes del hombre en el culto, estamos implicando, por lo tanto, que únicamente aceptamos lo que Cristo ha instituido. El artículo 32 enumera las razones para rechazar estas prácticas. Primero, son «invenciones humanas» y «culto voluntario». Segundo, estas leyes «atan la conciencia». Ponen cargas más allá de la Palabra que la gente no puede en buena conciencia realizar y obedecer. El principio regulativo en realidad libera la conciencia de los fieles para adorar a Dios en Espíritu y en verdad (Jn 4:24). Fuimos comprados por Cristo y liberados de ser esclavos de los hombres y sus mandamientos (Is 29:13; 1 Co 7:23; Gá 5:1). Los cultos para conmemorar los actos salvíficos de Dios en la historia, como Navidad (Encarnación), Viernes Santo (sacrificio de nuestro Señor) y Pentecostés (derramamiento del Espíritu Santo), no son esenciales para la vida de la iglesia, aunque pueden ser beneficiosos. Ciertamente están dentro de los límites de la Palabra, pero no son obligatorias. Las iglesias que deseen reunirse en esos días pueden hacerlo, mientras que las que decidan no hacerlo no tienen por qué sentirse obligadas a ello. Ambas partes pueden coexistir pacíficamente. Es de la esencia de la verdadera iglesia que las iglesias deben reunirse para la adoración, pero es sólo para el bienestar de las iglesias que pueden reunirse en celebración fuera del Día del Señor. Los dirigentes de una iglesia pueden convocar a su congregación a la celebración en estos días mientras que otra no, para el bienestar de sus respectivas iglesias, no por ningún requisito divino.[45] En palabras de Juan Calvino:
Pues Dios no amenaza a una época u otra, sino a todos los siglos y edades, con esta maldición: Perecerá la sabiduría y se desvanecerá la inteligencia de todos aquellos que lo honraren con doctrinas de hombres (Is 29:14). Esta ceguera es la causa de que los hombres, menospreciando tantos avisos de Dios, se enreden en lazos tan mortíferos y caigan siempre en todo género de absurdos. Mas, si dejando a un lado todas las circunstancias, queremos simplemente saber cuáles son en todo tiempo las tradiciones humanas que conviene desterrar de la Iglesia, y que todas las almas piadosas abominen de ellas, veremos que es cierta y clara aquella definición que hemos expuesto: tradiciones humanas son unas leyes hechas por los hombres sin la Palabra de Dios, con el fin de prescribir el modo de honrar a Dios o para obligar a las conciencias, como si se tratara de cosas necesarias para la salvación.[46]
3.3. El beneficio de esta práctica
La pregunta práctica sigue siendo, ¿cómo puede ayudar la celebración de la obra de Cristo utilizando estos días históricos de culto?
3.1. La celebración de estos días ofrece la oportunidad explícita de reflexionar sobre la obra objetiva de Cristo por nosotros como letreros a lo largo del año.[47]
Una vez más, los días no son sagrados, sino útiles para conmemorar lo que es: Jesucristo. Como dijo Skydsgaard: «No existe una institución cuasi divina de la Semana Santa. Estos días se centran, no en sí mismos, sino sólo en Jesucristo».[48]
Sin embargo, a menudo se dice: «Celebramos la Navidad y la Pascua cincuenta y dos días del Señor al año».[49] Sería un testimonio asombroso para el mundo que esto se diera a conocer explícita y claramente día del Señor tras día del Señor. Sin embargo, la experiencia demuestra que, debido a nuestra capacidad finita como criaturas, necesitamos reflexionar sobre los misterios de Dios uno por uno:
Somos hombres con limitaciones; limitados por nuestra existencia en el tiempo. No podemos captarlo todo en el mismo momento. Necesitamos detenernos en tal o cual punto de la «economía del misterio», para que su verdad se ilumine plenamente, y pueda en esta luz más plena acompañarnos y penetrar bajo la superficie de nuestra vida. Y existe la misma necesidad de volver una y otra vez a las mismas verdades, a los mismos acontecimientos de nuestra salvación, para que podamos llegar a una comprensión más profunda de ellos a medida que avanzamos en la vida.[50]
Es útil recordar que Pablo marcaba el tiempo con celebraciones litúrgicas. Lo hizo con Pentecostés. En Hechos 20:16, Lucas escribe: «Pablo se había propuesto pasar de largo a Éfeso, para no detenerse en Asia, pues se apresuraba por estar el día de Pentecostés, si le fuese posible, en Jerusalén» (énfasis añadido). El propio Pablo escribió en 1 Corintios 16:8: «Pero estaré en Éfeso hasta Pentecostés» (énfasis añadido). También lo hizo con la Pascua, según Lucas en Hechos 20:6, «Pasados los días de los panes sin levadura, navegamos de Filipos» (énfasis añadido).[51]
3.2. La celebración de estos días nos recuerda que nuestra fe está en una persona histórica: Jesucristo.
Los escritores de las Escrituras señalan que Jesucristo nació, vivió y murió en determinados momentos históricos, que el Credo de los Apóstoles conmemora diciendo que «padeció bajo el poder de Poncio Pilato»:
Aconteció en aquellos días, que se promulgó un edicto de parte de Augusto César, que todo el mundo fuese empadronado. Este primer censo se hizo siendo Cirenio gobernador de Siria (Lc 2:1-2).
Después que Jesús nació en Belén de Judea, en días del rey Herodes, he aquí que unos magos de oriente vinieron a Jerusalén (Mt 2:1).
Pero después de muerto Herodes, he aquí un ángel del Señor apareció en sueños a José en Egipto, diciendo: Levántate, toma al niño y a su madre, y vete a tierra de Israel (Mt 2:19-20).
Entonces los principales sacerdotes, los escribas, y los ancianos del pueblo se reunieron en el patio del sumo sacerdote llamado Caifás, y tuvieron consejo para prender con engaño a Jesús, y matarle… Los que prendieron a Jesús le llevaron al sumo sacerdote Caifás, adonde estaban reunidos los escribas y los ancianos (Mt 26:3-4,57).
Venida la mañana… y le llevaron atado, y le entregaron a Poncio Pilato, el gobernador (Mt 27:1-2).
Cuando era como la hora sexta, hubo tinieblas sobre toda la tierra hasta la hora novena… Entonces Jesús, clamando a gran voz, dijo: Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu (Lc 23:44,46)
Pasado el día de reposo, al amanecer del primer día de la semana, vinieron María Magdalena y la otra María, a ver el sepulcro (Mt 28:1).
No creemos en «mitos ingeniosamente inventados», sino en Aquel de quien Pedro dijo: «Habiendo visto con nuestros propios ojos… Y nosotros oímos» (2 Pd 1:16,18). A causa de esta realidad objetiva y tangible, podemos decir por fe con Juan:
Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado y palparon nuestras manos tocante al Verbo de vida (porque la vida fue manifestada, y la hemos visto, y testificamos, y os anunciamos la vida eterna, la cual estaba con el Padre y se nos manifestó); lo que hemos visto y oído, eso os anunciamos, para que también vosotros tengáis comunión con nosotros; y nuestra comunión verdaderamente es con el Padre, y con su Hijo Jesucristo (1 Jn 1:1-3).
Así, nuestra celebración no es formal y meramente tradicional, sino que implica participación. Participamos con los patriarcas y los profetas en la mirada retrospectiva a nuestro Señor.
3.3. Celebrar estos días nos recuerda que nuestra fe es una fe escatológica en Jesucristo.
Cristo –su persona y su obra– es el misterio de Dios manifestado a la Iglesia hasta la consumación de todas las cosas. Y así, en nuestra celebración, nos unimos a la Iglesia cristiana histórica de todos los tiempos y lugares con expectativa, esperando a nuestro Señor y clamando, ¡Maranatha!
El apóstol Pablo escribió a los santos de Éfeso, diciendo que Dios nos colmó con su gracia en Cristo, «dándonos a conocer el misterio de su voluntad, según su beneplácito, el cual se había propuesto en sí mismo, de reunir todas las cosas en Cristo, en la dispensación del cumplimiento de los tiempos, así las que están en los cielos, como las que están en la tierra» (Ef 1:9-10). Un misterio (μυστήριον; Ef 1:9) en la terminología de Pablo es algo que estaba oculto pero que ahora ha sido revelado.[52] Para adaptar la famosa sentencia de Agustín (354-430) de que el Nuevo Testamento estaba oculto en el Antiguo Testamento, y el Antiguo está revelado en el Nuevo,[53] lo que Pablo está diciendo es que Cristo estaba oculto en la voluntad de Dios, y la voluntad de Dios está revelada en Cristo. La voluntad de Dios que estaba oculta era bendecirnos «con toda bendición espiritual en los lugares celestiales» (Ef 1:3), escogiéndonos «antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha» (Ef 1:4), predestinándonos «para ser adoptados» (Ef 1:5), y redimiéndonos y perdonando nuestras ofensas (Ef 1:7). Todo esto estaba oculto en la voluntad de Dios, pero se reveló en Cristo (Ef 1:3-7; 9-10) «según las riquezas de su gracia, que hizo sobreabundar para con nosotros» (Ef 1:7-8). El «propósito» de Dios, o, mejor, su «beneplácito» (εὐδοκίαν; Ef 1:9), era manifestar públicamente este propósito en Cristo. La palabra que Pablo usa en Efesios 1:9, que la RV60 traduce «dándonos a conocer» (προέθετο; cf. Rm 3:25), sólo la usa él en el Nuevo Testamento. Cristo es la proclamación pública del Padre de su «dispensación del cumplimiento de los tiempos» (εἰς οἰκονομίαν τοῦ πληρώματος τῶν καιρῶν; Ef 1:10). Dios ha llevado a cabo su plan precisamente como se lo propuso: «cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer y nacido bajo la ley, para que redimiese a los que estaban bajo la ley, a fin de que recibiéramos la adopción de hijos» (Ga 4:4-5). Mientras que en Gálatas Pablo habla de la plenitud del tiempo (χρόνος), es decir, de las edades de la historia, en Efesios habla de la plenitud de los tiempos (καιρος), es decir, de los tiempos precisos de la designación de Dios. Y como este tiempo se ha cumplido, vivimos en una nueva era.
Este plan, puesto en práctica en el momento preciso en Cristo, es «reunir todas las cosas en Cristo… las que están en los cielos, como las que están en la tierra» (Ef 1:10). Cristo está «recapitulando» (ἀνακεφαλαιώσασθαι; Ef 1:10), o «reuniendo» todas las cosas que están enajenadas en sí mismo, el segundo Adán que sirvió donde el primer Adán fracasó (Rm 5:12-19; 1 Co 15:20-28, 42-49).[54]
Todo este misterio nos ha sido dado a conocer a nosotros (Ef 1:9), y como dice Pablo más adelante, «para que la multiforme sabiduría de Dios sea ahora dada a conocer por medio de la Iglesia» (Ef 3:10). Él nos da a conocer su misterio para que nosotros lo demos a conocer «a los principados y potestades en los lugares celestiales» (Ef 3:10), y mucho más al mundo. La existencia misma de la Iglesia es un testimonio de estos misterios de Dios, y deben ser proclamados y celebrados.
3.4. Celebrar estos días es una oportunidad para la evangelización.
El Espíritu Santo nos llama a «redimir el tiempo» (Ef 5:16) en que vivimos. No cabe duda de que vivimos en una cultura consumista. Cada año, las decoraciones navideñas se colocan un poco antes que el año anterior. Anteriormente los negocios confiaban para obtener «los beneficios del año» en el Black Friday, el día después de Acción de Gracias. Pero han sido más inteligentes. Si adelantan las ventas incluso antes de Halloween, podrán ganar más dinero. Además, no es ningún secreto que la Navidad ha sido asimilada en la expresión general época decembrina. Los conservadores culturales actualizan anualmente sus listas de tiendas y empresas que no dicen «Feliz Navidad», sino «Felices Fiestas», para denunciar la siempre nebulosa «secularización» de Estados Unidos. En palabras de Scott Wilson, «Uno a uno, los días sagrados de la Iglesia han sido eclipsados por fuerzas secularizadoras, por nuevos dioses falsos, si se quiere. El significado religioso de la mayoría de estas grandes conmemoraciones se ha perdido, especialmente en los Estados Unidos, para todos excepto para los fieles más observantes».[55] Como cristianos, tristemente, no somos inmunes a ser tentados por este «espíritu de la época». Dado que también nosotros podemos dejarnos arrastrar por el consumismo durante estas épocas del año, nos resulta útil detenernos y meditar por qué existen estas épocas. Los días festivos evangélicos de Navidad y Pascua, especialmente, protestan contra el calendario mundial.[56]
Al comentar la referencia de Pablo a permanecer en Éfeso hasta Pentecostés (1 Co 16:8), Calvino ofreció una observación útil para que la apliquemos: «No es que Pablo guardara ese día en Éfeso porque estuviera obligado a respetarlo escrupulosamente, sino que lo hizo porque entonces habría una mayor reunión de gente, y así esperaba que se le presentara la oportunidad de difundir el Evangelio».[57] Especialmente durante las épocas de Navidad y Pascua, la gente acude a la iglesia; la gente está pensando algo sobre Jesús, ya sea bien o mal. Seríamos tontos si no aprovecháramos la oportunidad y proclamáramos la verdad del Evangelio de Jesucristo. Como dijo Gregorio Nacianceno, el mejor sermón es «el que mejor se adapta a la ocasión».[58]
- Conclusión
La familia de iglesias protestantes reformadas afirma que la adoración debe realizarse de acuerdo con la Palabra de Dios. Lo que esto significa hoy puede no ser lo que significó históricamente hablando. Y así hemos visto que algunas de esas mismas iglesias y teólogos que afirmaron la sola Scriptura y lo que más tarde llegó a ser conocido como «el principio regulativo», también afirmaron la libertad cristiana para celebrar la obra de Jesucristo en los días festivos evangélicos además del Día del Señor y que esto debía hacerse con miras a la edificación del cuerpo.
[1] Para una reseña, véase J. J. von Allmen, Worship: Its Theology and Practice (Nueva York: Oxford University Press, 1965), 227-32.
[2] The Book of Concord: The Confessions of the Evangelical Lutheran Church, ed. Robert Kolb y Timothy J. Wengert, trad. Charles Arand, Eric Gritsch, Robert Kolb, William Russell, James Schaaf, Jane Strohl y Timothy J. Wengert (Minneapolis: Fortress Press, 2000), 396.
[3] Véase James Hastings Nichols, Corporate Worship in the Reformed Tradition (Filadelfia: Westminster, 1968), 100; Hughes Oliphant Old, Worship That Is Reformed According to Scripture (Atlanta: John Knox, 1984), 37, 161. Para una breve introducción a este tema, véase Leading in Worship, ed. Terry L. Johnson (Oak Ridge: The Covenant Foundation, 1996), 103–4; Old, Worship, 34–37; Gregg Strawbridge, «The Church Liturgical Calendar and Spiritual Formation» (Evangelical Theological Society, Eastern Region, 2010) como se encuentra publicado en: http://www.wordmp3.com/files/gs/ETSe2010ChurchCalendar.pdf.
[4] Para más información sobre estos días en términos de polémica interprotestante e irenismo, véase Daniel R. Hyde, «¿Lutheran Puritanism? Adiaphora en Lutheran Orthodoxy and Possible Commonalities in Reformed Orthodoxy», American Theological Inquiry 2:1 (enero 2009): 61–83.
[5] Aunque no defiendo el uso de todo el calendario litúrgico, para el lector reformado los sermones de San Agustín para el año litúrgico son una buena manera de adentrarse en la naturaleza del año en la iglesia primitiva: Sermons on the Liturgical Seasons, Fathers of the Church 38, trad. Hermana Mary Sarah Muldowney (Nueva York: Fathers of the Church, Inc., 1959). Para la historia del año cristiano, véase Between Memory and Hope: Readings on the Liturgical Year, ed. Maxwell E. Johnson (Collegeville, MN: Liturgical Press, 2000) y Thomas J. Talley, The Origins of the Liturgical Year (1986; Segunda edición, Nueva York: Pueblo Publishing Company, Inc., 1991). Para una mirada interesante a los sermones de «Semana Santa» de Juan Calvino, véase Juan Calvino: Writings on Pastoral Piety, ed. y trad. por Elsie Anne McKee (Mahwah, NJ: Paulist Press, 2001), 174–93.
[6] Esto se ejemplifica en el artículo de Douglas Kelly, «No “Church Year” for Presbyterians». Presbyterian Journal (14 de noviembre de 1979). Como se encuentra publicado en http://www.newhopefairfax.org/files/33.%20Kelly%20on%20No%20’Church%20Year’.pdf. Kelly polariza la Reforma en dos enfoques: el «continental» (con el que se refiere a luteranos y anglicanos) y el «puritano» (con el que se refiere a reformados y presbiterianos).
[7] Hart, Recovering Mother Kirk: The Case for Liturgy in the Reformed Tradition (Grand Rapids: Baker Academic, 2003), 31. Independientemente de mi crítica a Hart sobre la libertad de culto fuera del Día del Señor, véase su maravillosa y breve explicación (y la de John R. Muether) del Día del Señor en With Reverence and Awe: Returning to the Basics of Reformed Worship (Phillipsburg: P&R, 2002), 63-73.
[8] Hart, Recovering Mother Kirk, 31.
[9] Hart, Recovering Mother Kirk, 31.
[10] Véase el excelente artículo de Richard A. Muller, «Was Calvin a Calvinist? Or, Did Calvin (or Anyone Else in the Early Modern Era) Plant the “TULIP”? », como se encuentra en https://www.calvin.edu/meeter/Was%20Calvin%20a%20Calvinist-12-26-09.pdf. Cf. Muller, Calvin and the Reformed Tradition: On the Work of Christ and the Order of Salvation (Grand Rapids: Baker Academic, 2012), 51–69.
[11] Nichols, Corporate Worship in the Reformed Tradition, 79.
[12] Deborah Rahn Clemens, «Foundations of German Reformed Worship in the Sixteenth Century Palatinate» (Tesis doctoral., Drew University, 1995).
[13] The Living Theological Heritage of the United Church of Christ, series ed., B. B. Zikmund, 3 vols. (Cleveland: The Pilgrim Press, 1997), 2:360.
[14] The Living Theological Heritage of the United Church of Christ, 2:374n4. Véase Bard Thompson, «The Palatinate Church Order of 1563», Church History 23:4 (diciembre 1954): 339–54.
[15] The Living Theological Heritage of the United Church of Christ, 2:374n4.
[16] J. H. A. Bomberger, «The Old Palatinate Liturgy of 1563», The Mercersburg Review 2:1 (enero 1850): 84. Para las oraciones de Navidad, Pascua y Pentecostés, véase J. H. A. Bomberger, «The Old Palatinate Liturgy of 1563», The Mercersburg Review 2:3 (mayo 1850): 275–77. Sobre la contribución de Bomberger a la liturgia de la Iglesia reformada alemana a mediados del siglo XIX, véase Michael A. Farley, «A Debt of Fealty to the Past: The Reformed Liturgical Theology of John H. A. Bomberger», Calvin Theological Journal 39:2 (noviembre 2004): 332–56.
[17] Old, Worship, 36.
[18] Common Places of Martin Bucer, trad. y ed. D. F. Wright, The Courtenay Library of Reformation Classics 4 (Appleford: The Sutton Courtenay Press, 1972), 90.
[19] Common Places of Martin Bucer, 208.
[20] Common Places of Martin Bucer, 210.
[21] Common Places of Martin Bucer, 264.
[22] Idzerd Van Dellen y Martin Monsma, The Church Order Commentary (reedición; Wyoming, MI: Credo Books, 2003), 273, 274.
[23] Van Dellen and Monsma, The Church Order Commentary, 274
[24] J.L. Schaver, The Polity of the Churches: Volume II (Chicago: Church Polity Press, 1947), 164.
[25] Como se cita en The Psalter (Grand Rapids: Eerdmans, edición de julio de 1999), 187. Esta es la edición utilizada por las Heritage Netherlands Reformed Congregations.
[26] Psalter Hymnal (Grand Rapids: Christian Reformed Church, 1934), 124. Es interesante observar que el Sínodo de la Iglesia Cristiana Reformada de 1926, mantuvo el dictamen de un Classis contra un Consistorio por no convocar un servicio el día de Año Nuevo. Acts of Synod of the Christian Reformed Churches de 1926, artículo 78, p. 97. Además de las Heritage Reformed Churches, la federación/denominación reformada continental más cercana al Libro de Orden de Dort original es la Canadian Reformed Churches, cuyo artículo 53 dice: «Cada año las iglesias conmemorarán, en la forma que decida el consistorio, el nacimiento, muerte, resurrección y ascensión del Señor Jesucristo, así como su derramamiento del Espíritu Santo» (Book of Praise [rev. ed.; Winnipeg: Premier Printing, 1998], 670).
[27] Psalter Hymnal (Grand Rapids: Christian Reformed Church, 1976), 201.
[28] En cuanto a la libertad cristiana, el presbiteriano escocés George Gillespie (1613-1648) sostenía exactamente lo contrario: «Lo que se ha dicho contra todas las ceremonias controvertidas en general, lo diré ahora de los días festivos en particular y probaré, tanto por la ley como por el evangelio, que nos quitan la libertad que Dios nos ha dado, y que ningún poder humano puede quitarnos». A Dispute Against the English Popish Ceremonies (1637; reedición, Dallas: Naphtali Press, 1993), 31.
[29] E.C. Whitaker, Martin Bucer and the Book of Common Prayer, Alcuin Club Collections 55 (Great Wakering, England: Mayhew-McCrimmon, 1974), 140, 142. Véase también «De las Ceremonias» en el prefacio del Libro de Oración Común de 1549, que decía: «El Evangelio de Cristo no es una ley ceremonial (como lo fue en gran parte la ley de Moisés), sino una confesión para servir a Dios, no en la esclavitud de la figura o la sombra: sino en la libertad de espíritu, contentándose solamente con aquellas ceremonias que sirvan para un orden decente y una disciplina piadosa, y que sean aptas para despertar la mente apagada del hombre al recuerdo de su deuda con Dios, por medio de alguna significación notable y específica, por la cual pueda ser edificado».
[30] Reformed Confessions of the 16th and 17th Centuries in English Translation: Volume 2, 1552–1566, ed. James T. Dennison, Jr. (Grand Rapids: Reformation Heritage Books, 2010), 809.
[31] Reformed Confessions: Volume 2, 810
[32] Reformed Confessions: Volume 2, 872.
[33] Sobre Turretin, véase J. Mark Beach, Christ and the Covenant: Francis Turretin’s Federal Theology as a Defense of the Doctrine of Grace, Reformed Historical Theology, Volume 1 (Göttingen: Vandenhoeck & Ruprecht, 2007).
[34] Francis Turretin, Institutes of Elenctic Theology, 3 vols. (Phillipsburg: P&R, 1994), 2:101.
[35] Turretin, Institutes, 2:101.
[36] The Ecclesiastical History of Socrates Scholasticus, rev. A.C. Zenos en Nicene and Post-Nicene Fathers: Second Series (reedición; Peabody, MA: Hendrickson, 2004), Libro V, Capítulo 22 (p. 130). La traducción que se ofrece aquí es la de Turretin, Institutes, 2:101.
[37] «… sin duda, nunca lo habría hecho, si hubiera considerado ilícita una fiesta designada por el hombre para el reconocimiento de los beneficios divinos» (John Davenant, An Exposition of the Epistle of St. Paul to the Colossians, trad. Josiah Allport, 2 vols. [Londres: Hamilton, Adams, and Co., 1831], 1:486).
[38] Turretin, Institutes, 2:102
[39] Turretin, Institutes, 2:103. Como dijo Davenant, «Estos días designados por la autoridad humana, pueden ser suprimidos y cambiados por la misma autoridad si la ventaja o la necesidad de la Iglesia lo requieren». De hecho, llegó a decir que «los cristianos individuales… pueden omitir la solemnización pública de ellos, si la necesidad o la caridad lo requieren» (Davenant, Colossians, 1:487).
[40] The Lutheran theologian of Copenhagen, K. E. Skydsgaard (1902–1990) lo dijo así: «El Viernes Santo no posee en sí mismo ningún valor especial, ninguna “virtud” particular». «Good Friday», Stages of Experience: The Year in the Church, trad. J. E. Anderson (Baltimore: Helicon Press, 1965), 47. Véase también Davenant, Colossians, 1:487.
[41] Reformed Confessions: Volume 2, 427
[42] Reformed Confessions: Volume 2, 442
[43] Reformed Confessions: Volume 2, 443–44. Lo que sigue es una ampliación de mi With Heart and Mouth, 428–32.
[44] Sobre el culto voluntario, véase Wilhelmus à Brakel, The Christian’s Reasonable Service, trad. Bartel Elshout, 4 vols. (Morgan, Pa.: Soli Deo Gloria, 1992), 3:114; Juan Calvino, The Epistles of Paul the Apostle to the Galatians, Ephesians, Philippians and Colossians, trad. T. H. L. Parker, Calvin’s New Testament Commentaries, 12 vols. (1965; reedición, Grand Rapids: Eerdmans, 1972), 11:343; Richard Sibbes, «The Returning Backslider: Sermon 11», en The Works of Richard Sibbes, ed. Alexander B. Grosart (1862–64; reedición, Edinburgo: Banner of Truth, 2001), 2:386.
[45] Una cuestión práctica que necesita más reflexión es la cuestión que surge naturalmente de la libertad individual de los cristianos en las iglesias que emiten un llamamiento a la celebración fuera del Día del Señor y si van a ser disciplinados por no cumplir con algo que la Palabra no requiere.
[46] Juan Calvino, Institutes of the Christian Religion, ed. John T. McNeill, trad. Ford Lewis Battles, The Library of Christian Classics, Vols. XX–XXI (Filadelfia: The Westminster Press, 1960), 4.10.16.
[47] Michael Horton, «A Year of Signposts—Following the Church Calendar», Modern Reformation 10:1 (enero/febrero de 2001): 18; Donald Macleod, Presbyterian Worship: Its Meaning and Method (1965; rev. ed., Atlanta: John Knox Press, 1980), 114–18; François Stoop, «The Year of Grace», Stages of Experience, (Baltimore: Helicon, 1965), 17.
[48] «Good Friday», en Stages of Experience, 49
[49] Leading in Worship, ed. Johnson, 103.
[50] «The Year of Grace», en Stages of Experience, 12
[51] Esto apoyaría una lectura de Gálatas 4:9-10 («… ¿cómo es que os volvéis de nuevo a los débiles y pobres rudimentos, a los cuales os queréis volver a esclavizar? Guardáis los días, los meses, los tiempos y los años») y Colosenses 2:16-17 («Por tanto, nadie os juzgue en comida o en bebida, o en cuanto a días de fiesta, luna nueva o días de repos, todo lo cual es sombra de lo que ha de venir; pero el cuerpo es de Cristo») en las cuales Pablo no niega todas las celebraciones que no sean el Día del Señor, sino que rechaza el uso no cristocéntrico, supersticioso y legalista del calendario. No se trata del calendario del Antiguo Testamento en sí, sino de un mal uso judaizante y pagano de éste por parte de quienes profesan estar justificados por la fe en Jesús. Véase Herman N. Ridderbos, The Epistle of Paul to the Churches of Galatia, trad. Henry Zylstra, NICNT (1953; Grand Rapids: Eerdmans, reedición., 1965), 160–63.
[52] Sobre el «misterio» bíblico, véase G.K. Beale y Benjamin J. Gladd, Hidden But Now Revealed: A Biblical Theology of Mystery (Downers Grove, IL: IVP Academic, 2014).
[53] Agustín, Quaestiones in Heptateuchum, 2.73, en Patrologia Latina, ed. Jacques-Paul Migne, 34:623. Este volumen puede leerse en línea en http://www.documentacatholicaomnia.eu/02m/0354- 0430,_Augustinus,_Quaestionum_In_Heptateuchum_Libri_Septem,_MLT.pdf.
[54] Sobre este aspecto de la obra de Cristo, véase Irenaeus, Against Heresies in Ante-Nicene Fathers: Volume 1, trad. Alexander Roberts y W.H. Rambaut (1885; reedición, Peabody, MA: Hendrickson Publishers, cuarta edición, 2004), 3.18.7; 4.34.1; 5.14.2; 5.21.1. Sobre la hermenéutica de la recapitulación de Ireneo, véase Bertrand de Margerie, S.J., An Introduction to the History of Exegesis: Volume 1, The Greek Fathers, trad. Leonard Maluf (1979; Petersham, MA: Saint Bede’s Publications, 1993), 51–77.
[55] Scott Wilson, «The Devil’s Calendar», Touchstone (noviembre/diciembre de 2011). Encontrado en http://www.touchstonemag.com/archives/article.php?id=24-06-025-v.
[56] Von Allmen, Worship, 227.
[57] Juan Calvino, The First Epistle of Paul the Apostle to the Corinthians, trad. John W. Fraser, Calvin’s New Testament Commentaries, 12 vols. (1960; reedición, Grand Rapids: Eerdmans, 1979), 9:352–53.
[58] Gregorio Nacianceno, «On Pentecost», en Nicene and Post-Nicene Fathers: Second Series, trad. Charles Gordon Browne y James Edward Swallow, ed. Philip Schaff y Henry Wace (1894; reedición, Peabody, MA: Hendrickson Publishers, cuarta edición 2004), 7:378 col. 2.
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